Vuelve a
gritarme el despertador ¿Cómo puede ser posible? Si me he metido hace 10
minutos a la cama, estoy equivocado, son las 6:25 de la mañana y otra vez
vuelve el juramento a mis labios “La última vez”. Es viernes, eso consuela bastante, otra vez
la misma jugada, lavarse la cara, vestirse, el mismo desayuno y la manzana y a
correr al autobús. El mismo asiento, el saludo al compañero dormilón, y la
señora cotilla, menos mal que algo puedo cambiar, hoy toca ir escuchando
“Extremoduro” “Barricada” y alguna de “Los Suaves”. Estamos en la ciudad, el
viaje ha ido rápido, o eso creo, y llegamos a la parada, a su parada, mis manos
se enfrían, los cereales protestan en el estomago mientras la vuelvo a ver
aparecer, su figura es suficiente para mí para mantenerme despierto en lo que
queda de trayecto. Miradas fugaces de reojo hacia ella mientras me hago el
despistado con la capucha puesta apoyado contra el cristal, estoy seguro que no
sabe ni que existo, da igual yo se que ella está ahí, lo que yo no sabía en ese
momento es lo que ocurriría el fin de semana.
Es sábado,
el despertador cobarde no se atreve a chillarme ahora, miro el móvil y un
mensaje de un colega “¿Salimos?” como voy a decirle que no si somos tal para
cual. Esa misma tarde tenia partido de baloncesto, que como últimamente
volvimos a perder, pero me daba igual tenía ganas de salir y serenar mi cabeza
después de la agradable compañía de viaje entre semana.
Son las
23:30 y mi amigo y yo cogemos el autobús para subir de marcha, aunque no puedo
evitarlo me viene a la cabeza cierta persona, pero no es momento de eso, es
hora de disfrutar.
A las 00:20 volvemos a la misma plaza de todos
los sábados, cerveza en mano empezamos a hacer las mismas estupideces y a
reírnos de nuestra sombra, 50 minutos después
nos hemos bebido dos litronas cada uno y ponemos rumbo a cualquier garito donde
nos quieran continuar alegrando.
De Bar en
bar continuamos mojando nuestras gargantas, y en el último, llega una sorpresa
para mí.
Eran 4 escalones los que me separaban en ese
estado de la vida o la muerte, el suelo baila bajo mis pies y no acierto a
decirle nada a mi amigo que se aleja hacia los baños, tras un duro titubear con
los escalones, consigo poner el pie en el suelo, en ese instante una sombra se
pone con decisión delante de mí y como una letanía acierto a escuchar ¿Sabes
quién soy?
La sombra
que ha pronunciado esas palabras va perdiendo su misterio y una cara conocida
consigo enfocar, una sonrisa, una figura reconocible y un pelo, el mismo pelo
negro de siempre, no puede ser ¡¡ Es ella!! ¿Por qué me tiene que ver en este
estado?. No acierto a articular palabra, no se si es la borrachera, o los
malditos nervios que me atenazan en ese estado también, balbuceo algo
irreconocible mientras ella me dice “se te ve muy tranquilo a las mañanas en el
autobús” mientras me dice que nos vemos por el instituto se aleja y me deja ahí
en medio pensando para mí que no soy invisible para ella.
Domingo de
resaca, pero no de lagunas mentales, recuerdo la compañía que tuve brevemente
en un espacio de tiempo muy corto y en un estado pésimo, me revuelvo en mi cama
lamentándome de la oportunidad que perdí de mantener una conversación con ella.
Tuve la oportunidad y no sé cuando volveré a tenerla.
Otra vez ese
ruido, otra vez el mismo sueño que me dice que ya estamos a lunes, que fin de
semana más raro, aún sigo dando vueltas a mi actuación del sábado por la noche.
Ya vestido y
desayunado me voy al autobús como de costumbre, me coloco los cascos cuando veo
a mi compañero llegar con la mano vendada -¿Qué te ha pasado? Le pregunto-
“Nada cosas del sábado noche, cosas raras que ocurren” me responde, y tan raras
pienso yo.
“Los
sinsabores son las flores que perdí” me canta Kutxi al oído transportándome a
la noche del sábado, eso no fue una flor, lo que perdí fue un gran jardín por
bobo, pero ya nada tiene solución así que no puedo hacer nada.
Sin darme
cuenta llegamos a la parada de ella, como siempre vuelven a subirse las 4, yo
al fondo del autobús las veo llegar hasta donde estoy yo, los nervios son más
fuertes que de costumbre, y para rematar ella se sienta a mi lado, bueno, en
realidad nos separa un asiento, pero para mí es estar muy cerca. La veo seria,
no la recuerdo el sábado así, pero es muy guapa, de eso si me acuerdo, gana
mucho en las distancias cortas.
El viaje
acaba más rápido que de costumbre, mi compañero y yo bajamos juntos, y ellas
esta vez van por delante nuestra, la sigo con la mirada mientras nuestros
caminos se separan un día más, su pelo desaparece detrás del bloque de
edificios y yo, me quedo con las ganas de saber su edad y que estudia, otro
sábado prometo no beber tanto.